Hace unos días os dábamos a conocer el ganador del concurso de microcuentos
del festival de humor 'La risa de Bilbao' con su microcuento "La
vaca". Éste ha sido descalificado al comprobar el jurado que su relato se
sustenta y tiene el mismo final que un chiste anónimo que se encuentra en
varias páginas de internet.
El jurado ha nombrado un nuevo ganador, que es el jienense Plácido
Romero, por su microcuento
"Felicidad en la maquila".
Observe a las trabajadoras. ¿No le llama la atención algo? Sí, todas
sonríen. Forma parte de nuestra política de empresa. No queremos caras tristes
aquí. Sancionamos a las que no sonríen lo suficiente. Las personas felices
trabajan mejor. Esta mañana, por ejemplo, a una operaria le dijeron que su
madre había muerto. Después de escuchar la noticia, continuó trabajando y
sonriendo. Aquí no hay sitio para el luto y la tristeza. No creo que haya gente
tan feliz como nuestras empleadas, ni siquiera yo mismo, que estoy siempre
preocupado y no puedo permitirme sonreír. A veces las envidio.
Otros finalistas:
-¿Has visto a mi marido? Ayer por la noche bajó la basura y todavía no ha vuelto a casa.Tiene costumbre de echarla lejos. Un día se fue hasta Lekeitio y tardó dos días en volver, pero eso fue antes de quedarse cojo.
-Pues no lo he visto y eso que me pasé la noche en la ventana esperando al mío que se había marchado a asesinar un poco. Ya le advertí: “Cuidado con mancharte, que la sangre sale muy mal”. Y al tuyo ¿no le habrán recogido los Traperos de Emaus?
-No creo, él es más de Hare Krishna.
LOS POETAS de Inti Tonatiuh González Delgado
Los poetas llegan y marcan tarjeta. Uno a uno pasan de la recepción a su cubículo, cada uno de los cuales tiene un ventanal propio por donde pasan las palomas. De pronto el jefe ve a un rebelde:
-¡Godinez! ¡Deje de estar trabajando y póngase a fantasear!
Entonces Godínez asiente y aleja la vista del escritorio y la pone sobre el ventanal y en el alfeizar pone su codo. Y suspira.
-¡Ah! ¡Quién fuera oficinista para escribir los pagarés más hermosos de este mundo!
-¿Qué significa esto? –inquiere mi novio, sosteniendo un viejo diario con mi foto en la sección necrológica.
-Perdón, querido.
-¡Estás muerta! ¿Cómo amamantarás a nuestros hijos? ¿Y qué le digo a madre? ¡Ay, igual te amo! Nadie te amará como yo. Te mataste porque no me conocías. Pero ahora, vas a vivir a través de mí, y para mí, amorcito.
Entonces supe que estaba en el infierno.
Si la vida había sido una suma de elecciones equivocadas..., el infierno era el obsesivo amor del gordo, torturándome con sus ronquidos y su pequeño pene para siempre, sin escapatoria.
RENOS de Álvaro Morales Collazo
Los investigadores se miraron sorprendidos. Difícilmente volverían a ver una escena del crimen similar. Junto al árbol de navidad, en cuya base aún había varios regalos cerrados, había un reno muerto. Le habían cortado el cuello de oreja a oreja. Su tieso cuerpo descansaba inmóvil entre los paquetes, y su sangre, parcialmente coagulada, manchaba la alfombra y el tramo de baldosas hasta la enorme estufa de leña aún encendida.
Encontraron la nota un rato después. Decía en una despareja letra infantil: Quiero mi bici. El próximo…, es Rodolfo.
Caramba, Judas, qué cariñoso estás hoy.
Remigio Rebolledo, cariñosamente apodado “escoria humana” por sus superiores, lleva horas abrillantando los mocasines de don Rigoberto Rochedor, mandamás del bufete donde realiza sus prácticas desde hace catorce años. Al terminar, el jefe le propina un puntapié de agradecimiento, arquea las cejas y le remite a otro cometido.
Remigio sonríe radiante: «¡Desatascar inodoros!». Y sale corriendo, escobilla en mano, no se le anticipe cualquier becario.
En el excusado se monta un fenomenal tumulto: ocho jovenzuelos a tortas, disputándose el raspado de las heces. Remigio saca un revolver y la emprende a tiros. Está claro: ningún advenedizo le arrebatará sus privilegios.
Durante el entierro, la viuda de Cercedilla luchó por contener las lágrimas. La felicidad no se lo permitió.
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