“UNA CASA SIN LIBROS ES UNA CASA SIN DIGNIDAD”. Edmondo de Amicis

viernes, 5 de abril de 2013

CAPERUCITAS, CENICIENTAS Y OTRAS MARISABIDILLAS


"CAPERUCITAS, CENICIENTAS Y OTRAS MARISABIDILLAS"


Angela Carter

 
Editorial: Edhasa 
Año de publicación: 1992
 Número de páginas: 360




Inspirada recopilación que recuerda los días en que los cuentos populares no eran un patrimonio limitado a los niños sino que formaban parte central de todas las culturas. Una selección obscena, lírica, divertida y tierna.

Un cuento
"La esposa del labrador rico" (noruego)

HABÍA una vez un labrador rico, que tenía una gran hacienda; la plata le sobraba y tenía además dinero en el banco. Pero sentía que le faltaba algo, pues era viudo. Un día, se prendó de la hija de un vecino que estaba trabajando para él. Y como los padres de la muchacha eran pobres, creyó que no tendría más que sugerir matrimonio y ella aprovecharía encantada la oportunidad. Así que le dijo que había estado pensando en volverse a casar.
-Oh, claro, por pensar, uno puede pensar cualquier cosa —dijo la muchacha, riendo entre dientes.
Y pensó que el viejo asqueroso podría pensar algo más propio de él que casarse.
—Verás —dijo el labrador—, se me había ocurrido que tú podrías ser mi esposa.
—No gracias —dijo la muchacha—. No me atrae mucho la idea.
El labrador no estaba acostumbrado a que le dijeran que no y cuanto menos le quería ella más se empecinaba él en conseguirla.
Como no sacaba nada en limpio, mandó recado a su padre y le dijo que si la convencía de que accediera no tendría que devolverle el dinero que le había prestado y además podría quedarse con el campo que lindaba con su prado.
Pues bien, el padre de la muchacha se dijo que no tardaría mucho en hacerla entrar en razón.
—Todavía es una niña —dijo—. Y no sabe lo que le conviene.
Pero de nada sirvieron sus palabras y halagos. No quería al labrador, ni cubierto de oro hasta las orejas.
El labrador esperaba día tras día. Y al final estaba tan furioso e impaciente que le dijo al padre de la muchacha que si iba a cumplir la promesa, debía hacerlo ya pues no podía seguir esperando.
Al padre no se le ocurrió otra solución que decir al rico labrador que lo dispusiera todo para la boda y que cuando llegaran el cura y los invitados, mandara buscar a la chica sólo como si la llamaran para hacer algún trabajo. Y que cuando llegara, se casaría corriendo con ella sin darle tiempo a reaccionar.
Al labrador rico le pareció bien el plan, así que empezó a destilar, hornear y prepararse para la boda a lo grande. Cuando llegaron los invitados, el labrador llamó a uno de sus mozos y le dijo que fuera corriendo a casa del vecino y le pidiera que enviara lo prometido.
—Pero como no vuelvas inmediatamente —le dijo, amenazándole con el puño-, te…
No le dio tiempo a decir más, pues el mozo salió como un rayo.
-Mi amo quiere que le mandes lo que le prometiste -dijo el mozo cuando llegó a casa del vecino-. Pero tienes que darte prisa porque hoy está apuradísimo.
—Muy bien, corre entonces al prado y llévala, que allí la encontrarás -dijo el vecino.
El mozo salió pitando y cuando llegó al prado, encontró a la hija rastrillando.
—Vengo por lo que tu padre prometió a mi amo —le dijo.
«Ah, vaya, ¿es así como pensáis engañarme?», se dijo la joven.
—¿Eso es lo que buscas? —preguntó al mozo—. Supongo que es nuestra yegüita baya. Tienes que ir por ella. Está atada allí, al otro lado de los arvejos.
El mozo montó en la yegua y volvió a la casa a galope tendido.
—¿La trajiste? —preguntó el labrador rico.
—Abajo a la puerta está —dijo el mozo.
—Súbela a la habitación de mi madre —dijo el labrador.
-¡Cielo santo! ¿Pero cómo? -dijo el mozo.
-Tú haz lo que te mando -dijo el labrador-. Si no puedes solo, que te ayuden —creía que la chica podría causar problemas.
Al ver la cara de su amo, el mozo se dio cuenta de que no valdrían razones. Así que buscó ayuda y bajó corriendo. Tirando unos de la cabeza y empujando otros por detrás, por fin consiguieron hacer subir a la yegua y meterla en la habitación. Allí estaban todas las galas nupciales.
-Bien, ya hice el trabajo, amo -dijo el mozo-, aunque no fue tarea fácil, lo peor que he tenido que hacer en esta hacienda.
—Muy bien, no lo habrás hecho en vano —dijo el labrador-. Ahora di a las mujeres que suban a vestirla.
-Pero, ¡cielo santo! -dijo el mozo.
-Déjate de sandeces -dijo el labrador-. Diles que la vistan y que no olviden el ramo ni la corona.
El mozo bajó corriendo a la cocina.
-¡Escuchadme bien, chicas! -dijo-. Subid inmediatamente y vestid a la yegüita de novia. Supongo que el amo quiere hacer reír a los invitados a la boda.
Así que las mujeres vistieron a la potranca con todas las galas que había en la habitación. El mozo bajó y dijo que ya estaba lista, con ramo, corona y todo lo demás.
-Muy bien, bájala -dijo el labrador-. Yo mismo la recibiré a la puerta.
Se oyó un estruendo espantoso en las escaleras, pues la novia no bajaba precisamente con zapatillas de raso. Pero cuando se abrió la puerta y la novia del labrador rico entró en el salón, hubo muchas risas y guasas.
En cuanto al labrador, tanto le complació su novia que nunca volvió a cortejar.

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