“UNA CASA SIN LIBROS ES UNA CASA SIN DIGNIDAD”. Edmondo de Amicis

miércoles, 13 de febrero de 2013

Los zapatos rojos


Buenas noches,

Hoy os dejo el último cuento que he escrito. Espero que os guste.


LOS ZAPATOS ROJOS

Erase que se era, ya hace un tiempo en un pueblo pequeño, una alegre niña a la que le encanta bailar, trepar árboles…Pero lo que le mas le gustaba era, saltar encima de los charcos los días de lluvia. Aquellos charcos formados por la lluvia que procedía de aquellas nubes grises de diferentes formas mezclados con la arena, eran su perdición. Su nombre era Sirena.

Cerca del pueblo existía un castillo, en el que según la gente del pueblo habitaba una pequeña y presumida princesa. Pocas eran las ocasiones en la que la princesa se dejaba ver por el pueblo y si se acercaba, lo hacía siempre en su carruaje y nunca se detenía. La gente del pueblo sobrevivía con el poco dinero que ganaban gracias a las artesanías que ellos realizaban. Ese era el caso de la familia de Sirena. Su madre confeccionaba ropa, pero con el poco dinero que ganaba le era muy difícil alimentar a sus cuatro hijos. Nunca abundaron las grandes comidas ni elegantes ropas. Aún así, Sirena siempre tenía un motivo para sonreír o para bailar.

Una calurosa mañana, Sirena estaba bailando como siempre. Alrededor de ella se amontonaba grupos de curiosos a los que le gustaba verla. De repente, todos se retiraron de alrededor y se callaron. Sirena pudo ver a una niña elegantemente vestida y con un peinado excepcional. Fuera como fuere, esto no fue lo que más le llamo la atención. A Sirena, lo que más le llamo la atención fueron sus rojos y relucientes zapatos de charol. Le gustaban tanto que no podía dejarlos de mirar. La princesa se dio cuenta que Sirena no dejaba de mirar sus zapatos y se acercó a ella.

-        Si bailas para mí, estos zapatos son tuyos!


Sirena comenzó a bailar como nunca antes lo había hecho, la gente del pueblo aplaudía y bailaba con ella.

-        Basta!! Pareces un pato mareado bailando, no eres digna de estos zapatos.-Le dijo la princesa.

Sirena triste y cabizbaja regreso a su casa y le conto a su madre lo que había sucedido.

-        Mama!! Quiero unos zapatos como los de la princesa!! Los quiero, los quiero!
-       Hija, sabes que no podemos permitírnoslo.

Sirena echo a correr. Corrió, corrió, corrió… corrió mucho, corrió tanto como pudo hasta que del cansancio le fallaron las piernas y se cayó contra el suelo. Empezó a llorar. De repente un hada mágica salió de su flor y se acercó a ella.

-        ¿Qué te pasa Sirena? ¿Por qué estas triste? 

-        Mi mama nunca me compra nada y yo quería los zapatos rojos de la princesa.

-        Haremos una cosa, te voy a conceder un deseo. ¿Son los zapatos rojos lo que quieres de verdad, o quieres otra cosa?

-      Solamente quiero los zapatos rojos.- Dijo entre lágrimas. 

-       Tómalos, son tuyos. Pero una cosa te diré; estos zapatos no podrás nunca manchar, de lo contrario desparecerán.

Sirena, cogió los zapatos con entusiasmo y se los puso. Nunca tuvo tanto cuidado de regreso a casa. Estaba entusiasmada, sabía que los del pueblo al verla pensarían que estaba tan guapa como la princesa. Y así fue, nada más llegar todos le decían lo hermosa que estaba y lo bien que le sentaban esos fantásticos y relucientes zapatos. 

Los días pasaron y Sirena siguió cuidando sus zapatos como un auténtico tesoro. Trataba de que no se mancharan y los limpiaba día y noche. Sin embargo, la gente del pueblo le dejo de decir lo guapa que estaba y le pedía que volviese a bailar. Esta, no se atrevía a bailar ya que si lo hacía, sus zapatos rojos se ensuciarían y los perdería para siempre. Era tal la insistencia de la gente para que bailase que Sirena cansada de ellos, escapo del pueblo a un lugar más tranquilo. Se detuvo debajo de un árbol a observar las grises nubes y se dio cuenta, que hacía mucho que no reía y que no bailaba. Y todo por aquellos estúpidos zapatos, que en el fondo aunque eran bonitos no eran nada cómodos. De repente empezó a llover, llovió muchísimo, llovió tanto, que se crearon inmediatamente enormes charcos. Esos charcos tan bonitos, tan llenos de agua, mezclados con arena, tan, tan, tan… apetecibles! Empezó a correr hacia ellos, y salto encima de uno,  salto, salto, salto! Salto tanto, que se le mojaron hasta las orejas y las bragas…acabo empapada. Para cuando salió del charco sus zapatos ya no eran rojos, tampoco eran los más bonitos. Eran los de antes. Eran con los que bailaba, con los que saltaba encima de charcos, en definitiva, con los que se lo pasaba bien. Y fue así como Sirena desde ese día nunca más dejo de ser ella, de bailar, de trepar a los árboles, de saltar encima de un charco. DE SER FELIZ! 

RAUL DE LA CRUZ

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